AMBIENTE TAURINO



Rafael Moreno (Hotel La Perla) y Ernest Hemingway, juntos en los toros, en el lado derecho de la imagen

La Perla ha sido en Pamplona, por excelencia, el hotel de los toreros. Cierto es que a la hora de documentar la estancia de los matadores de toros nos encontramos con la dificultad de tratar de comprobar las estancias de algunos de ellos, concretamente de los que se alojaron en el hotel entre los años 1881 y 1932 a causa de la inexistencia en esos años de los libros de registro de entrada de viajeros. De algunos de ellos sabemos por los testimonios recogidos entre la gente mayor, bien sean ciudadanos vecinos de la ciudad, o bien personas vinculadas directamente con el hotel por razones laborales. De otros son los periódicos provinciales los que nos descubren su presencia en este establecimiento hotelero, bien porque salían desde el hotel hacia la plaza a bordo de vistosos vehículos, bien porque se les traía a hombros hasta este establecimiento, o bien porque la mocina premiaba sus buenas actuaciones dedicándoles algunos cánticos bajo los balcones del hotel; de todo ello se solían hacer eco los periódicos locales y provinciales. A partir de allí, teniendo en cuenta que los gastos de alojamiento corrían a cargo de cada cuadrilla, estos nunca han quedado reflejados en la abundante documentación existente en el Archivo Municipal de Pamplona sobre los festejos taurinos y sanfermineros.
A partir de 1932 los libros de registro de viajeros, y los libros de reservas, que se conservan en el hotel, nos permiten documentar con certeza y precisión cada una de las estancias de las figuras del toreo.

Habría que remontarse a la primera mitad del siglo XVIII, que es cuando se funda en Pamplona el Mesón de los Carros, conocido posteriormente con el nombre de Fonda Europa, en el paseo de Valencia (actual paseo de Sarasate). Aquél establecimiento tuvo a bien honrarse con la visita de los mejores toreros de la época. Desde los míticos “Paquiro” y “Cúchares” hasta Mazzantini y “Lagartijo” desfilaron por esa fonda entre los años 1739 y 1881. Las cuadrillas de estos matadores solían acudir a otros establecimientos más económicos, y al menos durante la segunda mitad del siglo XIX fue la Fonda de Justo Ibáñez la principal anfitriona de la modesta tauromaquia.
Es en junio de 1881, con su apertura, cuando La Perla le toma el relevo, como establecimiento taurino, a la Fonda Europa, convirtiéndose este nuevo hotel, desde entonces, y durante casi cien años, en el hogar de la mayoría de los toreros durante la estancia de estos en Pamplona.
Bien entrado el siglo XX, allá por los años sesenta, es el Hotel Yoldi, en la avenida de San Ignacio, quien recoge el testigo de la exclusiva taurina, sin que por ello La Perla quede desvinculada de este mundillo de la superstición, del valor y del arte. Finalmente, en el último cuarto del siglo XX, ya no cabe hablar de un hotel que acoja en exclusiva a los matadores que participan anualmente en la Feria del Toro, sino que a estos los vemos repartidos y dispersos por numerosos hoteles de Pamplona y de las cercanías.

Atrás quedaron aquellos años del siglo XIX y del siglo XX en los que los vecinos se agolpaban en las puertas del hotel para ver salir a los toreros y acompañarles hasta la Plaza de Toros; algunos matadores de toros gustaban de hacer este recorrido montados en el coche de caballos que el hotel ponía a su disposición.
Hoy, siglo XXI, las paredes de La Perla susurran al oído sensible historias y añoranzas taurinas con sabor añejo. Nos hablan estas paredes de tardes de gloria, de triunfos y de sinsabores, de hoy y de ayer, de fiesta, de sangre, de toros, de arte.
A nuestros oídos llega el sonido de los aplausos, lejanos en el tiempo, que aquella antigua plaza de toros de Pamplona tributaba en reconocimiento a su labor a Rafael Molina “Lagartijo” una calurosa de tarde de un 12 de agosto de 1884 cuando este, ante su majestad el rey Alfonso XII, ponía en pie a un público difícil y exigente que después le llevó a hombros hasta la Fonda La Perla. Pero no es “Lagartijo” el único torero que visita La Perla en el siglo XIX, ni tampoco el más importante, aunque para eso están los gustos. Y como es tarde para que nos reprochen su omisión vamos a extraer del recuerdo tan sólo a los más conocidos de aquella época, como lo eran: Salvador Sánchez “Frascuelo”, Luis Mazzantini, “Gallito”, Francisco Arjona Reyes “Currito”, Fernando Gómez “Gallito Chico”, Valentín Martín “Guerrita”, “Caraancha”, etc.; la mayoría de ellos asiduos de las fiestas de San Fermín. Eran tiempos en los que los toreros gustaban de ir a la plaza de toros con solemnidad, montados en el Landeaux, o Landó –que decían los castizos-, un coche tirado a caballos que poseía el hotel.

Y del siglo XX, ¿qué no decir?. En La Perla han tenido su hogar cuando han venido a Pamplona desde el matador Ricardo Torres “Bombita” (el Papa de la tauromaquia) hasta el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza, pasando por José Gómez Ortega “Joselito”, Nicanor Villalta, Marcial Lalanda, Juan Belmonte, Antonio Márquez, los hermanos Bienvenida, “Gitanillo de Triana”, Pepe Luis Vázquez, Domingo Ortega (siempre en su habitación 417), Fermín Murillo, y un largo etcétera del que en muchos casos tenemos constancia pero que lamentablemente no podemos documentar por no conservarse los libros de viajeros anteriores a 1932.

Igualmente han honrado con su visita al hotel algunos ganaderos como Pablo Chopera, Lora Sangran, José Luis Osborne, el Marqués de Albaserrada, Cebada Gago, Campos Peña, o Dolores Aguirre, por citar a algunos de ellos.


Anécdotas

Las anécdotas, que son muchas, nos traen el recuerdo de aquella tarde de San Fermín Chiquito (septiembre) en la que el matador de toros Francisco Posada dejó entrar al público gratis después del primer toro en una corrida. Durante la noche los mozos, agradecidos por el gesto del matador, acudieron al hotel para mostrarle su cariño y le estuvieron cantando repetidamente, bajo su habitación, aquél estribillo que decía “¡Ay! Posada, ¡ay! Posada, lo mucho que te queremos, por dejar libre la entrada”. El torero salió al balcón para corresponder al detalle de los mozos.

Uno de los clientes habituales de La Perla fue también el diestro Domingo González “Dominguín” –patriarca de la saga familiar de los Dominguín-. A través de uno de sus biógrafos sabemos que en los sanfermines de 1919 toreó en Pamplona hospedándose, como era habitual en él, en el Hotel La Perla.
Cuentan que una vez concluida ese año su última corrida se vistió en el hotel y de allí marchó a la estación del Norte a coger el tren. Le acompañaba el crítico Ángel Caamaño, y en la estación le esperaba ya su cuadrilla. Allí se enteraron de que el tren traía un retraso, nada menos, de tres horas.
En ese tiempo de espera entablaron conversación con unas muchachas que habían ido a despedir a una amiga raquetista. Domingo se interesó por una de ellas, que resultó ser andaluza. Su nombre: Gracia Lucas Lorente. Tal fue el flechazo que dos meses después se casaban en la iglesia de Chamberí, en Madrid. Fruto de ese matrimonio sería toda una saga familiar de gran renombre.

Curiosa es también la anécdota recogida de una antigua trabajadora del hotel, en concreto de María Junguitu Mayora (1906-1999), que trabajó en la limpieza del establecimiento durante las fiestas de San Fermín de los años 1923 a 1927. Contaba ella que en uno de aquellos sanfermines coincidió con una atractiva joven de un pueblo del norte de Navarra, trabajadora como ella, que unía a su natural timidez la dificultad de expresarse con corrección en castellano ya que su lengua materna había sido el euskera y le costaba bastante comunicarse en idioma distinto a este. Juan Belmonte, con fama de hombre guasón, se acercó en varias ocasiones a aquella atractiva camarera preguntándole siempre si había visto al torero Juan Belmonte, o sea, a él mismo. La ingenua empleada le contestaba una y otra vez lo mismo, que no conocía al matador y que, en consecuencia, no podía darle señal alguna sobre el mismo. Estando ya un poco cansada de tan reiterado y absurdo interrogatorio coincidió que, estando cerca del torero, otra empleada de La Perla le indicó que aquél era el afamado Juan Belmonte; inesperado descubrimiento que provocó tanto su sorpresa como su enfado.
El socarrón personaje que ocultaba su identidad volvió a acercarse a la camarera burlada y, una vez más, le hizo la misma pregunta: “Por favor, ¿no habrá visto por aquí al torero Juan Belmonte?”. Ella, expresándose como mejor pudo, cambió su habitual contestación, y le dijo: “No, no le he visto. Estoy segura de ello, porque si le hubiera visto no se me olvidaría persona con semejante barbilla tan prominente”, exagerando así, irónicamente, el defecto que el torero presentaba en su rostro.
Terminaba contando María Junguitu que la camarera se dio media vuelta en cuanto terminó su respuesta y ni siquiera vio la cara que se le quedó al torero sevillano.

En otra ocasión, al rellenar la hoja policial –necesaria entonces en los hoteles-, el torero Antonio Márquez, marido de Concha Piquer y padre de Conchita Márquez Piquer, escribió: “Estado: en capilla”. Efectivamente, se encontraba encerrado en su habitación, de acuerdo con el rito taurino, antes de acudir a lidiar. Pero el Gobernador Civil de la época no lo consideró como eximente y le sancionó con una multa de 10 pesetas.

En la misma situación se encontraba el diestro Vicente Barrera después de dejar al mozo de espadas el recado de que nadie se atreviera a molestarle hasta la hora de la corrida. Sin embargo el también torero Juan Belmonte acudió preguntando por él. El mozo de espadas contestó que su maestro estaba durmiendo y que no podía recibir a nadie. “¡Qué más quisiera él que poder dormir!”, respondió Belmonte abriéndose paso.

Nota curiosa es la de aquél 4 de junio de 1942, festividad del Corpus Christi. En el primer piso del hotel, sobre una gran colgadura de la bandera española, los novilleros Angelito Bienvenida, Rafael Albaicín y Paco Bullido colocaron sus capotes de lujo (uno jade, otro rosa y otro crema) como homenaje de estos a Jesús sacramentado al paso de la procesión. Rafael Albaicín, que aquél día estrenaba un traje diseñado por el pintor Ignacio Zuloaga, tenía la costumbre, después de ponerse el traje de luces, de bajar al comedor del hotel, y allí, sentado ante el mismo piano que años atrás utilizaba Pablo Sarasate en sus ensayos, interpretaba bellas melodías que, sin duda, le hacían alcanzar la paz suficiente para enfrentarse minutos después a los morlacos en el coso taurino.

El 18 de julio de 1948 el Club Taurino de Pamplona organizó una gran corrida de toros, actuando de matadores los toreros gitanos Rafael García Albaicín, “Gitanillo de Triana”, y Joaquín Rodrigues “Cagancho”. Este último era el único que no se alojaba habitualmente en La Perla, y para esa noche anterior tenía reservada habitación en el Hotel Maisonnave pero, ¡cosas de la vida!, se dio la circunstancia de que “Cagancho” llegó a nuestra ciudad aquejado de una fuerte descomposición, y como quiera que en el Maisonnave no quedaba para él una habitación con baño, optó por hospedarse en La Perla con sus compañeros, en donde iba a disponer de un baño privado en su alcoba.
Era muy habitual que los matadores de toros se alojasen en los hoteles, mientras que a sus cuadrillas las enviaban a fondas de inferior categoría. En este sentido en La Perla hubo tres importantes excepciones, casi escandalosas para aquella época. Tanto Manuel Rodríguez “Manolete”, como Cayetano Ordóñez, como el mejicano Fermín Espinosa “Armillita Chico” nunca consintieron que su cuadrilla fuese a un establecimiento de categoría inferior al que se alojaban ellos; y así lo hacían en el Hotel La Perla.


Manuel Rodríguez “Manolete”

Era un 7 de julio de 1940, fiesta grande de San Fermín. Manuel Rodríguez Sánchez, “Manolete”, llegaba a Pamplona, en cuyo cartel figuraba por primera vez, para actuar los días 7, 9 y 10. Aquél día tenía que debutar en el coso pamplonés con Curro Caro y con Juan Belmonte.
Este joven de 23 años, desconocido prácticamente para la afición pamplonesa, llegó aquella mañana, acompañado de su cuadrilla, al Hotel La Perla en donde, como los otros compañeros de terna, tenía reservada una habitación.
“Tiene usted la habitación 44”, le dijo el recepcionista. Y allí, en el primer piso, con balcón a la Plaza del Castillo, aquellas paredes fueron testigo mudo, por vez primera, del ceremonioso ritual taurino de Manolete, como lo era el vestirse de luces e invocar con profunda fe la protección de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder. Sin embargo, aquella tarde no fue buena y justo es decir que tampoco se lució en las otras dos de aquella feria.. Mediocre estreno para la futura figura.
Al año siguiente, aunque no vino a Pamplona, se mostró como la gran revelación de la temporada taurina, convirtiéndose en un diestro muy cotizado. Vista su brillante trayectoria, la Casa de Misericordia lo vuelve a contratar en 1942 para que toree en Pamplona los días 7, 9 y 10 de julio, exactamente como el primer año.
Aquella mañana del día 7 en la recepción del Hotel La Perla se sorprenden con un detalle insólito; Manolete, que ya había reservado la habitación 44, quiso que su cuadrilla se alojase también en el hotel. Hoy es habitual que suceda así, pero en aquellos años, y de esto La Perla sabe más que nadie, en los hoteles solo se alojaban las figuras, mientras que a las cuadrillas se les alojaba en fondas o pensiones de inferior categoría. Así pues, en aquellas fiestas se alojaron con él en el hotel: José Atienza (picador), Miguel Atienza (picador), Rafael Saco Cantimplas (puntillero y banderillero), Antonio Labrador Pinturas (banderillero), y Alfredo David (banderillero). Era aquél un detalle que decía mucho del joven diestro.
Detrás de su expresión seria, imperturbable y solemne, como lo era también su toreo, se escondía un gran corazón y una generosidad sin límites. Como compensación aquél año fue el gran triunfador de la feria, en a que compartió cartel con figuras como Pepe Bienvenida, Juan Belmonte, Pepe Luis Vázquez, Manuel Martín Vázquez, Pedro Barrera, y Manuel Álvarez El Andaluz.
Nuevamente, como ya no podía ser de otra manera, habría de repetir cartel en 1943. El director del Hotel La Perla, igual que el año anterior, había reservado cinco habitaciones para él y para su cuadrilla. Ese año trajo consigo al picador Ángel Parra Parrita, en sustitución de José Atienza. En este mismo hotel se alojaban también José Mejías Bienvenida, Antonio Mejías Bienvenida, y Pepe Luis Vázquez.
Todos ellos llegaron el día 6. Se da la circunstancia de que el tudelano Julián Marín tomó la alternativa ese 7 de julio. Un día más tarde Manolete obtenía de uno de los toros de doña Carmen de Federico las dos orejas y el rabo. Verdaderamente apoteósico.
El cartel de la feria pamplonesa de 1944 anunciaba una vez más la presencia de Manolete para las tardes del 8, 9 y 10 de julio. En el libro de reservas del Hotel La Perla aparecían anotados él y su cuadrilla con un total de seis habitaciones; un nota indicaba “llegan el 6”. Sin embargo la fatalidad quiso que cuando el diestro viajaba hacia Pamplona un inoportuno accidente le lesionase seriamente la muñeca, suponiendo este percance su caída del cartel.
Algo similar ocurrió en el año 1945, en el que Manolete no conformándose con estar en el cartel taurino los días 7, 9, y 10 de julio, también aparecía gráficamente en el cartel de las fiestas y, por tanto, en la portada del programa de mano.
En La Perla figuraba en 1945 con seis habitaciones, el primero de ese año en el libro de reservas, pero la repetitiva nota de “llegan el 6” tuvo que ser sustituida por otra más llamativa que decía “Nulo”. Nuevamente la desgracia se cebó en el cartel sanferminero cuando el 29 de junio, en Alicante, una aparatosa cogida se tradujo para Manolete en fractura de clavícula.
En 1946 no toreó en España, sólo en América.
Fue en los sanfermines de 1947 cuando visitó Pamplona por última vez. Algunos antiguos empleados del Hotel La Perla todavía le recuerdan a Manolete armado de paciencia sacándose fotos con sus admiradores junto a la puerta del ascensor; se sabe que la fila de admiradores del diestro que deseaban obtener de él un autógrafo llegaban bastante más allá de las escaleras de la Bajada de Javier
Desde el punto de vista taurino aquello si que fue una despedida, ¡y por todo lo alto!. Parecía intuirlo. La tarde del 10 de julio Manuel Rodríguez Manolete supo cortar, con sobrado valor y arte, las cuatro orejas a sus dos toros. Estuvo colosal. La plaza entera, puesta en pie, le aplaudió como si adivinase que aquella iba a ser la última vez, y es que, en opinión de algunos críticos, Manolete había hecho la mejor faena de su vida; así lo sintieron también los aficionados, y así lo sintió él. Aquella tarde el diestro cordobés, siguiendo su costumbre, telefoneó a su madre diciéndole: “Mamá, estoy muy contento porque he toreado el toro que hasta ahora más a gusto he ‘toreao’ en mi vida”.
Ese mismo verano, el 28 de agosto, un miura llamado Islero, decidió en la plaza de Linares, en una trágica tarde de sangre y muerte, que en la habitación 44 del Hotel La Perla (actual 105) no se renovase en los siguientes sanfermines aquél ritual solemne.


Toreros de casa

El Hotel La Perla no se ha contentado con hacer sentir a sus huéspedes taurinos el calor de su propio hogar, o de darles el entorno idóneo de inspiración para tardes apoteósicas; ha aportado, además, a la tauromaquia matadores de toros como Lalo Moreno, banderilleros como Fernando Moreno, y ganaderos de reses bravas como César Moreno y Javier Moreno.
El mencionado Lalo Moreno, biznieto de los fundadores del hotel, después de varios años actuando de novillero tomó la alternativa en la plaza de toros de Tafalla (Navarra) el 15 de agosto de 1987 con toros de la ganadería salmantina de don Antonio Pérez-Angoso, actuando de padrino el Niño de la Capea, y siendo testigo Pepín Jiménez. Se da la curiosa circunstancia de que al finalizar la lidia de su segundo toro Lalo sorprendió a todos con la inesperada decisión de cortarse la coleta; es decir, debutó y se retiró en la misma corrida, y lo hizo cortándole las dos orejas a Ebreo, su primer toro. Las cabezas disecadas de ambos toros se exhiben en el comedor del hotel.
Igualmente, y como complemento a su rico historial taurino, las habitaciones de La Perla, ¡tantas veces convertidas en capillas de invocación a Nuestro Padre Jesús del Gran Poder!, sirvieron en julio de 1987 de escenario cinematográfico en donde el actor Fernando Guillén, hijo del popular actor del mismo nombre, representó al torero Antonio Ordóñez, quien recibía en su habitación a Ernest Hemingway, caracterizado por el actor norteamericano Stacy Keatch.
Y de mención obligada son las tertulias taurinas que ha habido en sus salones, las exposiciones, o los actos y homenajes de algunas peñas taurinas pamplonesas que han tenido en La Perla su marco natural.