PABLO SARASATE


Por un momento sería bueno tratar de entender qué es lo que suponía la música en aquella sociedad del siglo XIX en la que no había televisión, ni fútbol, ni grandes entretenimientos de masas salvo las excepcionales corridas de toros. Así pues, los líderes, los personajes populares de aquella época, la gente los buscaba y los encontraba en el mundo de la música, en los teatros.
Una vez establecido este preámbulo es el momento de presentar al pamplonés Pablo Sarasate; pamplonés, pero internacional, patrimonio del mundo entero, el mejor violinista de su tiempo, y a buen seguro uno de los mejores violinistas que han existido jamás. Un hombre de masas, un artista que allá donde iba llenaba los teatros, condecorado y agasajado por reyes, emperadores, zares, y presidentes de gobierno. No había otro en su tiempo.
Como número uno en su modalidad, Pablo Sarasate tenía una agenda apretadísima, siempre de teatro en teatro, de ciudad en ciudad, de país en país. A pesar de ello él se las apañaba para estar libre durante las fiestas de San Fermín, las fiestas de Pamplona, a las que el acudía siempre a deleitar a sus paisanos con el violín, ofreciendo en esta ciudad un apretado programa de conciertos en el Teatro Principal.
Para el Hotel La Perla el violinista Pablo Sarasate ha sido siempre, por excelencia, un cliente emblemático y especialmente querido. Además de ello, dentro de la historia del hotel, Sarasate es ese personaje que hace de nexo de unión entre los siglos XIX y XX. Su figura nos da pie a introducirnos a través del tiempo y del recuerdo en aquellos sanfermines de antaño, que tuvieron como protagonista al –ayer, hoy, y siempre- insigne violinista. Don Pablo era cliente de La Perla; y de seguro que si su fundadora Teresa Graz viviese, hubiese puntualizado certeramente que más que cliente era amigo.


En la Fonda Europa

La presencia de Sarasate en los sanfermines, como violinista, data de 1876; desde entonces acudió a las fiestas de Pamplona de forma ininterrumpida –excepto en 1884- hasta el año 1908. Los doce primeros años Sarasate se hospedó en la Fonda Europa, del Paseo de Valencia –hoy Paseo de Sarasate- en donde ya entonces, empezó a arraigar la costumbre entre los pamploneses de acompañarle después de sus actuaciones hasta la fonda entre gritos y aclamaciones de ¡Viva Sarasate!, a los que él correspondía con “vivas” a Navarra.
En los sanfermines de 1880 dio don Pablo un pequeño concierto desde un balcón de la fonda en el que, según nos cuenta el historiador pamplonés José Joaquín Arazuri, “la mocina para oír bien, hizo acallar el ruido de las ferias que estaban próximas, y hasta un ómnibus que iba al trote se puso al paso para conseguir el silencio necesario para escuchar al artista”.
Las fiestas de 1882 reunieron en Pamplona a dos artistas que, como dice la jota, hicieron a Navarra inmortal: Sarasate de Pamplona, y Gayarre el de Roncal. Violinista y tenor, famosos en el mundo entero, actuaron juntos en el Teatro Principal, hoy Teatro Gayarre. Acabado el último festejo taurino de esas fiestas se organizó una gran manifestación desde la Plaza de Toros hasta la Fonda Europa, en la que estaban alojados los dos artistas. Por expreso deseo del público ambos salieron al balcón, luciendo Sarasate su violín. En medio de un respetuoso silencio se dejaron oír por el paseo esas prestigiosas notas, ¡prestigiosas y bellas!, que interpretaron “Un pleito” de Gaztambide, “Yo tengo noche y día mis ojos puestos en tu balcón”, “La del pañuelo rojo”, algunas jotas, y el zortziko de Iparraguirre “Guernika’ko arbola”.
En 1883 vemos por vez primera el nombre de Sarasate en el cartel de fiestas; el texto decía así: “Conciertos matinales, en los que tomarán parte los célebres artistas Pablo Sarasate y Dámaso Zabalza”.
Al año siguiente, 1884, el programa de fiestas anunciaba para los conciertos matinales “la cooperación del insigne artista navarro Pablo Sarasate”. Y eso era lo previsto, pero la aparición del cólera hizo cerrar las aduanas, y este fue el año en el que Sarasate se quedó sin sanfermines.
De nuevo lo vemos anunciado en el programa de fiestas de 1885 dentro de los conciertos matinales de la Sociedad de Profesores Santa Cecilia, con la cooperación del “insigne artista navarro Pablo Sarasate”. Este año fue precisamente cuando el cólera afectó a Pamplona, y don Pablo, al igual que cuantas personas viajaron ese año a Pamplona para participar en las fiestas, tuvo que pasar por la fumigadora. Esta era la última vez que se alojaba en la Fonda Europa.

6 de julio de 1902 - Sarasate en su balcón con las autoridades pamplonesas

En la Fonda La Perla, año a año.

Fue en el año 1886, al atardecer del 6 de julio, cuando don Pablo se hospeda posiblemente por vez primera en la Fonda La Perla, recientemente reformada, y en la que mantenía una gran amistad con la dueña y fundadora, doña Teresa Graz. El programa de este año anunciaba que los conciertos matinales contaban con el violinista Sarasate, y también con los distinguidos pianistas navarros Zabalza, Vallejo, y Larregla.
La ciudad de Pamplona recibió con todos los honores a toda la representación musical que vino a las fiestas. Pablo Sarasate vino acompañado del pianista (y secretario suyo) Otto Golschmitid, de Emilio Arrieta (Director del Conservatorio Nacional de Música), de Ruperto Chapí (compositor), y de Manuel Pérez (Director de la Orquesta del Teatro Real). Les recibieron en la estación las comisiones del Ayuntamiento y de las sociedades de recreo, quienes acompañaron al eminente violinista y a sus acompañantes, todos ellos de gran prestigio, hasta la fonda. Delante de don Pablo y de las autoridades iban las charangas de música. Con tal motivo se reunió en la plaza del Castillo numerosa concurrencia. Una vez instalados en la fonda, fueron obsequiados con una serenata por la banda militar del Regimiento de la Constitución, contratada por la industria y el comercio, y por la música de la Casa de la Misericordia.
En días sucesivos se incorporaron a estos otras figuras musicales como Dámaso Zabalza, Joaquín Larregla, o Felipe Gorriti, todos ellos alojados en La Perla por capricho de don Pablo Sarasate. La prensa provincial no se pone de acuerdo sobre la presencia en La Perla y en las fiestas del tenor Julián Gayarre, si bien en crónicas escritas años más tarde se relata con detalle cómo en 1886 se habían reunido en La Perla las mejores figuras musicales del momento, con Sarasate y Gayarre como figuras más universales. En estas fiestas se alojaron también en La Perla los diestros Lagartijo y Cara-ancha.



Fue a partir del año siguiente, 1887, consolidada más aún la popularidad de Sarasate, cuando tras su llegada ofrecía a sus admiradores el primer concierto desde el balcón. Acostumbraban a ser miles las personas que se reunían delante del hotel para escucharle al violinista su primer concierto, un concierto dedicado gratuitamente a esa ciudad que le recibía multitudinariamente, que le arropaba, y que una y otra vez le mostraba su fidelidad incondicional. El programa de ese año presenta a Pablo Sarasate y a “otros renombrados profesores”.

En el año 1888 el cartel de fiestas incluye, en clara alusión al insigne paisano, el dibujo de un violín.

El cartel de 1889 incluye un retrato en perfil de Sarasate, dibujado por Ariño.

El programa de 1890 repite la fórmula de colaboración de Sarasate a los conciertos matinales y adorna la página con un dibujo que recoge algunos de los motivos que pueden verse en las fiestas: un velocípedo, una cucaña, una gaita y un violín.

El dibujo del violín de Sarasate en el cartel de fiestas nuevamente lo volvemos a encontrar en 1891, en el ángulo superior izquierdo, bajo el escudo de la ciudad de Pamplona, en claro lugar de preferencia.

La llegada del insigne violinista a Pamplona se dice que llegaba a ser más popular y tumultuosa que la misma procesión de San Fermín. Acostumbraba a hacerlo a finales de junio o a más tardar en los primeros días de julio.
El mencionado José Joaquín Arazuri describe muy bien la llegada de don Pablo:
“La entrada en la ciudad, en general al oscurecer, se efectuaba por el portal Nuevo, precediendo a la comitiva una de las bandas militares de la Plaza, los gaiteros, y numerosos jóvenes portando hachas de viento. Las autoridades y las representaciones de los casinos acompañaban al artista. La multitud, apiñada en el trayecto que había de recorrer la comitiva, se desgañitaba en vítores y ovaciones al más grande violinista de aquella época.
El trayecto se iluminaba con bengalas, generalmente de luz roja, que con espectrales y cálidos tonos pintaban a una multitud enfervorizada ante su ídolo que despreciando lucrativos contratos venía a recordar con cariño las horas que vivió en su lejana infancia.
La comitiva, al llegar a la altura de la iglesia de San Lorenzo, se introducía en la calle Mayor, para recorrer después las calles de Bolserías, Plaza Consistorial, Mercaderes, Chapitela, y Plaza del Castillo.
La llegada a dicha plaza –sigue narrando Arazuri- era la culminación de tan apoteósico recibimiento. La entrada en el Hotel La Perla, generalmente a hombros de sus admiradores –después de ser apretujado, abrazado y sofocado- era para don Pablo el fin de un largo y fatigoso viaje, compensado por el cariño que le demostraban sus paisanos”.
Doña Teresa Graz, dueña y propietaria del Hotel La Perla, que era la única en conocer, en los años que fue incógnita, el secreto del día de la llegada, se encargaba de que su habitación estuviese lista para el encuentro anual con el artista. Don Pablo se bañaba y mudaba, al mismo tiempo que la multitud que le había recibido se agolpaba en la plaza, frente al hotel, a los gritos de ¡que salga!, ¡que salga!…, gritos que cesaban cuando Sarasate se asomaba al balcón y, una y otra vez, saludaba agradecidamente a los allí congregados.
En ese mismo balcón, instantes después –pues así lo esperaba la ciudad- dedicaba Pablo Sarasate su primer concierto a la ciudad de Pamplona, su ciudad natal, la que le idolatraba; y así, los adultos de pie, y los niños sentados en el suelo de las primeras filas, se deleitaban en sepulcral silencio escuchando al internacional número uno del violín. Los balcones de La Perla se convertían en tribuna y escenario, haciendo de la plaza del Castillo el auditorio más soñado y esperado por don Pablo en sus continuas y brillantes giras por Europa. Allá se le pagaba con dinero, aquí con afecto y amor.
Después de su espontánea primera actuación sanferminera se retiraba don Pablo a su cuarto, para posteriormente cenar con doña Teresa y sus hijos –Víctor e Ignacia-. “¡Qué calor, Dios santo!”, solía decir el violinista pensando, sin duda, en el ajetreo de las siguientes jornadas. Mientras tanto, y hasta bien entrada la madrugada, bandas y charangas merodeaban las puertas del hotel dedicando todo tipo de cánticos al eminente músico. Eran sus fans.
Al día siguiente, por la mañana temprano, a pesar de no ser don Pablo muy religioso, lo primero que hacía al salir del hotel era visitar primero a Santa María La Real (entonces Virgen del Sagrario), en la Catedral, y después al santo patrono San Fermín, en su capilla. Y es que Sarasate, a pesar de ser un trotamundos –casi un agnóstico-, como buen pamplonés siempre guardaba en su corazón un hueco importante para las devociones populares de su pueblo, que de seguro sus padres con tanto cariño le habrían inculcado en su niñez.

Su llegada a Pamplona estaba siempre en función de su agenda. Si podía llegaba con unos días de antelación al inicio de las fiestas.

Del año 1898 sabemos que el 13 de julio, después de terminar la función del teatro, fue obsequiado don Pablo con una serenata, delante del Hotel La Perla, por parte de la rondalla aragonesa que dirigía don Santiago Lapuente, en la que actuó de coplero, dedicándole sus cantos, el niño zaragozano Juanito Pardo. El insigne violinista siguió la actuación musical desde el balcón de su habitación. Finalizada la serenata el insigne violinista obsequió espléndidamente a todos los componentes de la rondalla.

Don Pablo Sarasate saliendo del Hotel La Perla

En 1899 llegó el 2 de julio. Primero, como ya iba siendo costumbre, se detuvo a comer en Irurzun, en casa de su amigo Casildo Iriarte, vecino de Pamplona. Por la tarde iniciaba su viaje a Pamplona, y lo hacía acompañado de las comisiones del Orfeón Pamplonés, de la Orquesta Santa Cecilia, y del Ayuntamiento de Pamplona, que con sus carruajes le acompañaron hasta la capital navarra, en donde el recibimiento fue multitudinario, con bandas de música incluidas. Tras su entrada a “La Perla” se quemó en la Plaza del Castillo un zezenzusko. Al día siguiente, 3 de julio, llegaba también a “La Perla” otro músico navarro de renombre, el compositor Joaquín Larregla, que esa misma noche asistió al ensayo del Orfeón Pamplonés de su famosa jota, que sería ejecutada posteriormente, el día 9 de julio, en el segundo concierto de los sanfermines, y el día 10 por la Banda del Regimiento de la Constitución en la calle Estafeta.

Pero justo es decir que para don Pablo no todo fueron amigos en su ciudad natal, pues no faltó quien, en 1900, desde un periódico local acusó a Sarasate de que venía a Pamplona “para regar su amor propio”. La noticia le llegó al acusado, y ese año, pese a que se le pidió que anunciase su llegada, llegó discretamente en un coche hasta la puerta del hotel. Por primera vez desde hacia varios años no hubo entrada triunfal. Cuando se enteró el consistorio de que Sarasate estaba ya en la ciudad se organizó, como muestra de afecto, y en señal de desagravio, un “zezenzusko” (toro de fuego) y un baile en la plaza del Castillo; miles de personas se concentraron ante el hotel para vitorearle y para mostrarle su más profundo cariño. El Orfeón Pamplonés se adhirió al acto obsequiando al artista con una brillante actuación. En aquellas fiestas muchísimos pamploneses se colocaron en sus solapas pequeñas fotografías del admirado Sarasate.

En 1907 sabemos que llegó a Pamplona, y al hotel, el 1 de julio. Un telegrama avisó que el violinista pamplonés llegaría a las ocho de la tarde. A las seis y cuarto ya se oían chupinazos y cohetes que anunciaban a los vecinos la llegada de don Pablo. “A las ocho y cuarto llegaba el tren a la estación, y el público numeroso que se agolpaba en el andén prorrumpió en vivas y aplausos” señalaba el cronista de Diario de Navarra. Sarasate subió a Pamplona acompañado del gobernador y el alcalde, al frente de una comitiva de cuatro carruajes. Dicen las crónicas que en la Plaza de Recoletas esperaba la banda del Regimiento América, que acompañó al cortejo hasta el Hotel La Perla.
Una vez instalado don Pablo en su habitación de siempre, obsequió a la concurrencia, desde el balcón de su alcoba, con un concierto de violín.

Título de Hijo Predilecto de Pamplona


Hijo predilecto

En el pleno municipal que el consistorio pamplonés celebró el 10 de febrero de 1900, el señor Utray –concejal-, presentó la siguiente propuesta:
“El concejal que suscribe tiene el honor de proponer al Excmo. Ayuntamiento se sirva acordar el nombramiento de Hijo Predilecto de Pamplona al eminente artista Excmo. Sr. Don Pablo Sarasate y Navascués”.
El Ayuntamiento, recogiendo el sentir popular de la ciudad aprobó por unanimidad la moción presentada por el señor Utray; y así se lo hizo saber al galardonado enviándole el siguiente telegrama:
“Pablo Sarasate, Plaza Malesherbes 5 principal. París.
Con motivo creación Museo Sarasate, y cumpliendo deseos anteriores, este Ayuntamiento en sesión celebrada hoy, ha acordado por unanimidad declarar a V.E. Hijo Predilecto de Pamplona.
Tengo gran satisfacción de comunicarlo a V.E.
El Alcalde accidental, Lazcano”.

Sin embargo el incidente periodístico reseñado anteriormente impidió ese año la preparación del acto de entrega de este título. Tuvo que ser dos años más tarde, en julio de 1902.
El esperado momento, debidamente anunciado en el programa de fiestas, tuvo lugar en la tarde del día 6 cuando el Ayuntamiento, después de asistir a las vísperas, se dirigió al Hotel La Perla en donde se hospedaba Sarasate para proceder a la entrega solemne del pergamino que acreditaba a don Pablo como Hijo Predilecto de su ciudad natal.
La corporación hizo su entrada en el edificio a las siete menos cuarto de la tarde, quedando en el exterior –como es lógico- la banda de música y la comparsa de gigantes y cabezudos. En la misma recepción del hotel esperaba Sarasate, acompañado de su familia y de sus amigos, a los mandatarios de la villa. Tras el saludo y las presentaciones la comitiva se acomodó en uno de los salones dando comienzo a la ceremonia.
Primero fue el discurso del Alcalde, señor Viñas, quien rememoró su participación años atrás en el acto de colocación de una lápida conmemorativa en la casa natal del violinista. Tuvo palabras emotivas y sinceras, “salidas del alma” dijo él, acabando su discurso con la solemnidad que el momento requería: “Por eso, en nombre del pueblo de Pamplona, tengo el alto honor de entregarle este pergamino al Hijo Predilecto de esta ciudad, de la que era ya hace mucho tiempo, no hijo querido, sino hijo idolatrado”.
Respondió brevemente Sarasate, profundamente emocionado, agradeciendo tal galardón y dando las gracias a la ciudad: “me enorgullezco, pues, de pertenecer a la noble raza navarra, y solo quisiera mostrarme digno del tributo tan altamente honroso y glorioso de ser hijo predilecto de Pamplona, que toda mi vida ostentaré con entusiasmo, pues quiero que brille en mi escudo el preciado dictado de pamplonés, navarro y español”.
Seguidamente se hizo entrega del pergamino, obra del pintor Manuel Salví.
Fue obligada la presencia de Sarasate y de las autoridades en los balcones de La Perla, siendo aclamado el primero, que estaba escoltado por dos maceros, por algo más de 6.000 personas. Desde esa atalaya don Pablo pudo escuchar a la Orquesta Santa Cecilia y al Orfeón Pamplonés interpretar conjuntamente el Himno a Sarasate, compuesto por el maestro Villa.


Jugador de mus

De la vida hotelera de don Pablo no se conocen muchos detalles; pero sí algunos, los suficientes para hacernos una idea de su carácter.
Don Pablo destacaba en el hotel por su afición a jugar al mus. En el comedor que había entonces en el primer piso pasaba todos los días sus buenos ratos jugando al mus con los amigos. Su mala suerte en el juego era tan grande como su afición a jugar, o lo que es lo mismo: siempre perdía.
Sucedió en una ocasión –y precisamente por suceder solo en una ocasión es reseñable- que la suerte le acompañó, y quiso la fortuna que esa mañana ganase don Pablo la cantidad de… ¡2 pesetas!. Loco de contento acudió a la dueña del hotel y le exclamó: “¡doña Teresa, a mí me podrán discutir de música, pero no de jugar al mus!”. Y como consideró que ése era su día de fortuna le pidió a doña Teresa que le cosiese el “pesetón” en su chaqueta de violinista, en el sitio exacto donde debía apoyar el instrumento. Y es así como esa tarde acudió don Pablo al teatro y dio su concierto. Estuvo más brillante, si cabe, que nunca.
Tenía fama igualmente de ser una persona excesivamente generosa, y así se lo demostraba a cuantos iban a visitarle al hotel; lo mismo daba que el visitante fuese conocido que desconocido. A todos obsequiaba, bien con un puro o bien con un vasito de vino y unas ricas pastas. Numerosos eran pues sus visitantes, y cuantioso, por lo tanto, el importe de la factura del hotel. Cuenta José Joaquín Arazuri que en una ocasión al pagar la factura en la recepción del hotel dijo a un amigo suyo: “Vaya, me ausento de Pamplona. Voy a ver si trabajo para poder pagar la factura del próximo año…”.

Finalmente visitaría don Pablo el hotel por última vez en las fiestas sanfermineras de 1908. Dos meses después, en Biarritz, un 20 de septiembre, el más grande violinista de la historia nos abandonaba para siempre. Se trataba tan sólo de un abandono físico.
La habitación del artista estaba en el segundo piso; daba a la calle Chapitela y estaba compuesta por una bonita sala y el dormitorio.
El interior del hotel ha conocido con los años importantes reformas; pero sus dueños han tenido siempre el exquisito detalle de conservar la habitación de Sarasate con todo el mobiliario que él usó y conoció. Es por ello que hoy se conserva su habitación en el mismo sitio y con la misma mesa, armario, sillas y espejo. En la habitación permanece expuesta la fotografía de Pablo Sarasate dedicada por éste a doña Teresa Graz el 18 de julio de 1890. El dormitorio conserva también un enmarque, o arco, de madera, con cuatro columnas, que luce en lo alto de su parte central una lira, símbolo de la música; se trata de un ornamento hecho en su época por el gremio de carpinteros de Pamplona para que decorase en La Perla la habitación del violinista.
Con don Pablo Sarasate y Navascués escribe el Gran Hotel La Perla una página importante de su historia. Se han pasado después, igual que se pasaron antes, otras muchas páginas –y no menos importantes-, pero…, sin duda, hay que reconocer que ninguna de ellas ha sido tan entrañable para La Perla como lo ha sido esta.

Don Pablo asomado a uno de los balcones de su habitación

La hija de Sarasate

Toda historia humana que se precie tiene siempre su lado oscuro, sobre todo si la valoramos desde la mentalidad de aquella época.
Cuando ya habían pasado unas décadas de su muerte, un buen día, llegó a Pamplona una dama que, sorprendentemente, decía ser hija de don Pablo Sarasate. Se llamaba Rosa.
En un primer momento los familiares de Sarasate se negaron a admitir que hubiese vínculo alguno entre esta mujer y el violinista; podía tratarse perfectamente de alguien que quisiera aprovecharse del apellido del ilustre Sarasate para tratar de arrascar algo de lo que pudiese quedar de su dinero.
Pero la realidad es que a los descendientes de Sarasate les bastó con tratar un poco con ella para darse cuenta del enorme parecido físico que entre ellos había; eran, Pablo y ella, exactamente iguales. Y las intenciones de Rosa no podían ser más inocentes; nada quería desde el punto de vista material; tan sólo buscaba conocer la tierra de su padre, y sus parientes. Nada más.
Rosa era hija de una florista vienesa, Albina Yedina, con quien Sarasate, nada más estrenado el siglo XX, tuvo una estrecha relación, fruto de la cual fue el nacimiento de Rosa, una hija que don Pablo no llegó a reconocer a pesar de los esfuerzos de su madre por convencerle al violinista de que se casasen para así poder legalizar la situación de la hija.
Con el paso de los años Rosa creció en Austria sin haber conocido físicamente a su padre, pero sí sabiendo quien era él. Finalmente se casó con un alto mando militar, con el que en los años cincuenta hizo varios viajes a Pamplona, hospedándose siempre en el Hotel La Perla. Tenía la costumbre de acudir a la ciudad de su padre coincidiendo siempre con el aniversario de su muerte.
Rosa Yedina llegó a mantener muy buenas relaciones con su familia de Pamplona, quienes no dudaban de que estaban realmente ante la hija de su tío. Tuvo oportunidad de visitar el mausoleo de su padre, y el museo que albergaba todos sus recuerdos, y también el monumento que a don Pablo se le erigió en el parque de la Media Luna. Después de quedarse viuda dejó de alojarse en La Perla, como tantas veces lo hiciera su padre, y utilizó en sus últimas estancias, ya en los años sesenta y setenta del siglo XX, la Residencia Mater Inmaculada, de la calle Navarro Villoslada.

Escribía así don Pablo Sarasate, de forma póstuma, un nuevo capítulo en el que su figura y La Perla quedaban estrechamente unidas. Y no sería este el último capítulo, ni el penúltimo.