EL EDIFICIO




Corría el año de 1852 cuando don Pedro Esteban Górriz, vecino del edificio nº 21 de la calle Estafeta y propietario de la tienda que había en su planta baja, pidió permiso al Ayuntamiento de Pamplona para levantar un nuevo edificio en el lugar donde hacía esquina la calle Chapitela con la Plaza de la Constitución (hoy Plaza del Castillo).
El permiso de obras solicitado entonces incluía el derribo de la última casa de la calle Chapitela, propiedad del solicitante, para realzarlo de nuevo añadiéndole a este edificio una parcela más, de lo que resultaría lo que hoy conocemos con el nº 21 ó el edificio de Óptica Rouzaut. Además de esto se solicitaba permiso para levantar un nuevo edificio que, haciendo de continuación del anterior, completase la cuadratura o la forma trapezoidal de la Plaza.

Concedido el permiso, y antes de que se iniciasen las obras, los vecinos de la calle Estafeta que tenían salida a la antigua Calleja de la Sal (pequeña calle que discurría paralela entre Chapitela y Estafeta con entrada única por la Plaza de la Constitución) iniciaron una campaña de cartas y de recogida de firmas en oposición al nuevo edificio que iba a cerrar la vieja calleja. Pero el Colegio de Arquitectos, el Ayuntamiento y la Diputación Provincial se posicionaron abiertamente a favor de don Pedro Esteban Górriz por considerar que la futura construcción iba a embellecer notoriamente la estética de la Plaza, a la vez que denunciaban el reiterado incumplimiento que de las normas de higiene y saneamiento hacían los vecinos de la calle Estafeta que tenían salida a la mencionada calleja, pues arrojaban allí basuras y no barrían su parte correspondiente. Así mismo los vecinos de las casas del entorno presentaron varias denuncias ante el Ayuntamiento por las condiciones de higiene y por los malos olores existentes en esa calleja, llamada “de la Sal”, “incluso arrojan allí las aguas sucias” denunciaban; en septiembre de 1855 las autoridades, ante el cúmulo de denuncias procedieron a hacer un reconocimiento de esta calleja, certificando que las alcantarillas estaban limpias, y que los malos olores procedían de las basuras que se vertían desde las ventanas, puntualizándose además que se había comprobado “que la calleja no barre nadie, y como no puede entrar en ella el carro de la basura para limpiarla y recoger las porquerías, se determina que cada una de las casas que tienen salida a la referida calleja se les prohíba absolutamente el arrojar ninguna clase de porquería (…)”. Eso no quitaba para que todavía en el año 1859 los antiguos vecinos de la calleja andaban solicitando al Ayuntamiento una indemnización de perjuicios por haber privado a sus casas de la calle Estafeta del paso que antiguamente tenían en la Plaza de la Constitución (Plaza del Castillo) por el cubierto llamado de la sal.
Esta polémica, y el afán de las autoridades locales y provinciales por aportarle a la Plaza de la Constitución un elemento arquitectónico que le diese categoría, y que completase su vocación trapezoidal y sus incompletos soportales, desencadenó por parte del Colegio de Arquitectos la realización de un proyecto de fachada lo suficientemente elegante y distinguido –armonioso a su vez con la sencillez arquitectónica de la Plaza- que en cierta manera justificase el levantamiento en el viejo “Rincón de la Sal” del nuevo edificio que iba a mirar a la Plaza de la Constitución.

Las obras de construcción de este edificio se iniciaron durante el año 1853, con el resultado de lo que hoy conocemos con el número 1 de la Plaza del Castillo, es decir: el actual edificio del Hotel La Perla. Se trataba de una casa porticada con cuatro plantas de alzada (además de la planta baja). La vieja calleja “de la Sal” quedaba convertida a partir de ese momento en un patio interior, y los vecinos que en ella vivían tuvieron que abrir portales en sus fachadas de Estafeta.
Del aquél nuevo edificio que se levantó en la plaza poco es lo que se sabe, tan sólo que inicialmente tuvo una estructura interna de viviendas particulares en cada piso, que en su planta baja tenía un establecimiento comercial en el que se vendía de todo, y que con el paso de los años el edificio entero pasó a ser propiedad de la familia Baleztena (Pedro Estebán Górriz lo vendió a la familia Arraiza, que emparentaron con los Baleztena, últimos titulares de la propiedad).
El levantamiento del edificio del nº 1 de la Plaza del Castillo (o de la Constitución), animó a otros edificios próximos a acometer obras de reforma en sus fachadas, como fue el caso del edificio anexo de la calle Chapitela, o de la denominada casa Foronda, edificio nº 3 de la plaza.


Pedro Esteban Górriz

Del promotor de este edificio del número 1 de la Plaza del Castillo, Pedro Esteban Górriz Artázcoz, además de que poseía una tienda en la calle Estafeta, poco es también lo que hasta ahora se sabía. A través de la documentación conservada en el Archivo Municipal de Pamplona se tiene constancia de que en 1886 su panteón estaba en muy mal estado de conservación, tal y como quedó reflejado en una de las actas municipales del mes de octubre de ese año. Pero una investigación tan exhaustiva como la que se ha hecho y se está haciendo sobre La Perla obligaba a ampliar algo más la información de quien fue el promotor del edificio.
Así pues, sabemos que Pedro Esteban Górriz, nacido en Subiza, era hijo de Lucas Górriz, quien en la Guerra de la Independencia mandaba el tercer batallón Voluntarios de Mina, falleciendo en febrero de 1811 en la acción del Carrascal contra las tropas francesas, mandada por él.
Sabemos también que era sobrino de José Górriz, coronel, que fue quien sustituyó a Lucas Górriz al frente de aquél tercer batallón. José Górriz fue fusilado posteriormente por los franceses en la Ciudadela de Pamplona en el mes de octubre de 1814, hecho este que le hizo merecedor del título de Primer mártir de la Libertad y un acuerdo de las Cortes de 1821 mandando que su nombre se inscribiera con letras de oro en su salón de sesiones.

Pedro Esteban Górriz recibió su educación en el colegio que los Padres Escolapios tenían en Sos del Rey Católico (Zaragoza), y muy joven todavía, estuvo agregado –en honor a su apellido- al Estado Mayor del General Mina en Cataluña y Navarra. Concluida la guerra, y tras haber emigrado Mina a Inglaterra, Pedro Esteban Górriz se ocupó en numerosas ocasiones, como persona de su confianza que era, en llevar y traer correspondencia entre Mina y sus correligionarios los liberales de Navarra, hasta que hecho preso en una de las puertas de Pamplona, fue encerrado en la Ciudadela pamplonesa y trasladado después a Sevilla y a Cádiz, acusado de conspirador contra el gobierno absoluto. Tenía Pedro Esteban diecisiete años en el momento de su detención, y había ya cumplido veintiuno cuando obtuvo la libertad en Cádiz, de donde volvió a Sevilla para casarse con una dama cuyo apellido era Moreda.
Durante unos años permaneció alejado de su Navarra natal, haciendo su vida en Sevilla, en Madrid, y en Talavera. En estas ciudades montó varias fábricas de perfumería, tintes y estampados, hasta que en 1839, habiendo obtenido el título de agrimensor, marchó a Guadalajara.
En los montes de esta provincia se hallaba en labores propias de su profesión, cuando se le presentó un emigrado político pidiéndole amparo para librarse de las persecuciones que sufría. Pedro Esteban Górriz, ciertamente, le protegió y le salvo, pero esta acción tuvo un alto precio para el navarro, el de la privación de su libertad durante cuatro años, el embargo de su mobiliario, y el verse envuelto en un complejo proceso judicial. La condena la cumplió en la prisión de Rioscco, en donde ejerció de escribiente para el comandante hasta que fue indultado; mientras tanto, su mujer y sus hijos estuvieron residiendo en Sigüenza.
Hay que decir que desde muy niño Pedro Esteban Górriz mostró una gran afición por la mineralogía; esto, y su carácter emprendedor, le llevaron a recorrer y a analizar los montes de Guadalajara; no hay que olvidar que Pedro Esteban se había quedado sin recursos económicos, y que él y su familia sobrevivían en ese momento gracias a la labor de bordadora de su esposa.
Y la sorpresa la encontró el navarro en el término municipal de Hiendelaencina cuando realizaba aquí unas exploraciones del terreno. Allí, en aquellas tierras, encontró unos importantes yacimientos de plata que rápidamente los convirtió en minas. Inscribió en el registro las minas de Santa Cecilia, Suerte, y Fortuna. A la entrada de Hiendelaencina se colocó entonces una columna de piedra con una inscripción que decía: Santa Cecilia, Suerte, y Fortuna, descubiertas por D. Pedro Esteban de Górriz, en 14 de junio de 1844. Esta columna se puede ver hoy en la plaza de la localidad. Sirva como referencia que en el año 1845 había ya 200 pozos abiertos.
La explotación de aquellas minas, y la posterior venta de sus acciones, le reportaron a nuestro hombre una inmensa fortuna. Incluso llegó a ostentar el título de Marqués de Hiendelaencina.
A partir de ese momento regresa a Pamplona en donde poco después le vemos como propietario de una tienda en la calle Estafeta, propietario del edificio número 21 de la calle Chapitela, y propietario del solar contiguo en el que levantó, como ya hemos visto, el actual edificio que hoy acoge al Gan Hotel La Perla.


La Perla

Sería en el año 1881 cuando la casi totalidad del edificio es alquilada a sus nuevos propietarios, la familia Arraiza (antecesores de la familia Baleztena), por el matrimonio formado por don Miguel Erro y doña Teresa Graz para la instalación en él de un negocio hotelero al que desde entonces se le conoce con el nombre de LA PERLA. Conviene recordar que en aquella época la familia Arraiza era la propietaria de todos los edificios comprendidos entre la calle Chapitela y la Bajada de Javier.
En los años siguientes, en sucesivas fases, los propietarios de la Fonda La Perla consiguieron alquilar a los propietarios la totalidad del edificio excepto la planta baja de la Plaza del Castillo que estaba ocupada por establecimientos comerciales.
En 1884 un incendio que tuvo su origen en una farmacia instalada en la fachada de Estafeta obligó a una importante reestructuración del edificio sin que esto afectase a la fachada principal, pero sí a la categoría del establecimiento que, después de la mejora, adquiriría el 1 de enero de 1888 la categoría de Hotel, dejando atrás su condición de Fonda.
Una de las obras que también se acometieron en 1884, a cargo de Pedro José Arraiza (titular de la propiedad de este edificio) fue la reforma de la fachada de la tienda, o del “bazar de ropas hechas”, que tenía su entrada por la calle Chapitela. Se modificó la parte de su fachada que quedaba dentro de los soportales. Hoy, día, viendo los planos del estado anterior de aquella bellísima fachada, solo nos queda lamentar su eliminación.

Pasan los años, y este céntrico hotel pamplonés, después de 35 años de funcionamiento, acomete a principios de 1918 una curiosa reforma que vendría a paliar en cierta forma las necesidades hoteleras del establecimiento. Es así como, en esta fecha, sobre el tejado del edificio se añaden dos “sobreplantas” dedicadas a lavandería, planchador, y secadero de ropa. El proyecto inicial, obra del arquitecto Serapio Esparza –presentado ante el Ayuntamiento de Pamplona el 17 de agosto de 1917- contemplaba la edificación de una terraza de un solo piso construida en ladrillo caravista, con unos hermosos ventanales, si bien lo que definitivamente se hizo fue una pequeña edificación de dos plantas, con la pared lucida y unos ventanales funcionales que facilitasen el secado de la ropa.
Tan sólo seis años antes, en 1912, se le había dotado al edificio de un moderno ascensor, el primero que conoció la ciudad de Pamplona, importado de Paris.

Esta anomalía arquitectónica que era la de prolongar la altura del edificio construyendo encima del tejado se mantendría hasta el año 1933, año en el que el Hotel La Perla lleva a cabo la más importantes de sus reformas durante el siglo XX.
El arquitecto pamplonés Víctor Eusa, que es quien dirige la obra, respetando la fachada existente hasta el cuarto piso del edificio, alza con sus característicos trazados rectilíneos una quinta planta de habitaciones (vivienda de la familia propietaria, y dormitorios de las empleadas), a la que una amplia terraza –para uso de lavandería- separa del tejado.
El nuevo aspecto exterior del edificio, tras esta reforma, se vería culminado en lo más alto de la esquina con un sobresaliente remate coronado con una veleta, huella inconfundible de Eusa. El resultado de aquella obra es la fachada que hoy conocemos del Hotel La Perla.
Además de la transformación exterior del edificio, el hotel acometió durante ese año de 1933 una profunda reforma del establecimiento. Así pues, se modificó la distribución de las habitaciones, se aumentó el número de habitaciones con baño completo, la vivienda de la familia propietaria se trasladó del 1º al 5º piso, se eliminaron las tiendas y espacios comerciales que había en el porche (administración de lotería “Navarlaz”, sastrería y sombrerería “Lozano”, Despacho Central, etc.) para poner en su lugar un comedor de categoría que sustituyese al que hasta entonces existía en el 1º piso, se cambió de emplazamiento la puerta de acceso al hotel, etc. La huella del arquitecto Víctor Eusa era también claramente perceptible e identificable dentro del hotel; en este sentido Eusa no sólo supo integrar buena parte de los elementos decorativos del desaparecido Grand Hotel, propiedad de La Perla, sino que supo crear y diseñar mobiliario y elementos decorativos. Entre estos últimos elementos llamaba especialmente la atención la curiosa cristalera que instaló para separar la recepción del comedor, compuesta por un amplio mosaico de cristales biselados y gruesos, de diferentes tamaños, procedentes del establecimiento de la plaza de San Francisco (el Grand Hotel).

Casi dos décadas después, en 1951, el hotel emprendió una nueva reforma de sus instalaciones, que afectó fundamentalmente a la decoración. Cerró sus puertas al público el 1 de marzo, para volverlas a abrir el 1 de julio. De aquellas obras surgió una nueva recepción, un hall elegante a base de mobiliario isabelino, abundantes escayolas en los techos, un nuevo salón en el 1º piso, nueva numeración de las habitaciones, e importantes reformas en algunas de las habitaciones y en las cocinas, así como una nueva entrada al hotel revestida en su exterior de mármol. El comedor grande, para el que en 1946 ya se presentó por parte de Víctor Eusa un proyecto de reforma, conoció en 1951 una transformación importante. Esta obra de reforma, una vez concluida, fue presentada ante los medios de comunicación. La Perla era, desde ese momento, un hotel de 1ª categoría, con 67 habitaciones, 2 comedores y una cocina con unas instalaciones muy modernas. Fruto de esta reforma es la nueva numeración de las habitaciones, vigente desde entonces hasta el cierre para la reforma del 2005.

Poco después, en 1955, se hacen también algunos cambios que no hacen sino complementar la reforma acometida cuatro años antes, para los que fue suficiente con cerrar el hotel durante tan sólo ochos días, y que se centraron fundamentalmente en la reforma de algunas de las habitaciones.
El año 1958 es testigo también de algún cambio importante, especialmente a nivel decorativo. El salón del primer piso con su vidriera en el techo (ubicada actualmente, desde 2007, en el techo de la recepción del hotel), la decoración del hall, etc., son huellas de aquél año.
En el año 1981, en febrero, se produce una nueva modificación en la fachada, concretamente en el tejado, que es la retirada del letrero luminoso de “Hotel La Perla”.

Habrían de transcurrir cincuenta y siete años más, desde la modificación de 1933, para que la dirección del hotel lograse llevar a efecto una deseada y necesaria rehabilitación total de sus tres fachadas (Plaza del Castillo, Chapitela y Estafeta), lo que tiene lugar durante el primer semestre de 1990. Es desde entonces cuando, bajo la dirección del arquitecto don Antonio Vahillo, las fachadas de Chapitela y Plaza del Castillo adquieren una nueva imagen en la que el color rosa salmón es su principal protagonista.


Con fuerza en el siglo XXI

Después de haber superado con éxito los siglos XIX y XX, el Hotel La Perla, convertido ya en el segundo establecimiento hotelero más antiguo de España, consciente del importante patrimonio histórico que atesoran sus ciento veinticinco años de existencia, e igual que se hizo en los años 1884, 1933, y 1951, hizo una apuesta fuerte en los años 2005, 2006 y 2007 hacia una necesaria modernización de sus instalaciones, de tal forma que le permitiese afrontar con optimismo su existencia en el siglo XXI.
Para ello se emprendió en esos años una importante reforma del edificio –la más importante de cuantas ha conocido-, reforma ésta que supuso el cierre del hotel desde el 1 de junio de 2005 hasta 17 de junio de 2007, acarreando entre otras cosas la reestructuración total del establecimiento y del propio edificio, a través de una obra escrupulosamente respetuosa con la fachada por entender que ésta, de alguna manera, es su seña de identidad como imagen visual. No hay que olvidar tampoco que la fachada no podía alterarse, pues toda la obra del arquitecto Víctor Eusa estaba protegida.
Fruto de esta reforma es el actual hotel, en su nueva etapa, con una categoría de 5 estrellas, cuarenta y cuatro habitaciones, cuatro salones, un restaurante y una estructura interior totalmente moderna y claramente diferente a lo que había sido durante los últimos ciento veinticinco años.
Por reseñar algunos cambios significativos se puede decir que la nueva recepción quedó instalada en ese espacio en el que hasta entonces, y desde 1933, había estado el comedor. El viejo tendedero de ropa quedó convertido en suite real. Y las antiguas cocinas pasaron a acoger al restaurante “Hostal del Rey Noble”, popularmente más conocido en Pamplona como “Las Pocholas”. En cualquier caso no hay que olvidar que el edificio se vació completamente por dentro y se reestructuró de nuevo, teniendo especial cuidado de que las habitaciones de Sarasate y de Hemingway quedasen reconstruidas en el mismo emplazamiento en el que siempre habían estado.
La habitación de Ernest Hemingway (antes 217, ahora 201) y la de Pablo Sarasate (antes 210, ahora 207), por su especial decoración, fueron el punto final de esta larga obra de reforma. La nueva habitación 207 recuperó buena parte del mobiliario anterior -que es el mismo mobiliario que conoció Sarasate durante sus estancias-, incluso el arco de madera con el que el gremio de carpinteros de la ciudad le obsequió al violinista para que decorase su habitación en La Perla. Y la nueva habitación 201 se reprodujo con escrupulosa fidelidad, de tal forma que visualmente no se perciben diferencias respecto a la habitación que conoció Hemingway.
La habitación de Manolete (antes 106, ahora 105) también quedó ubicada en el mismo emplazamiento, en esta ocasión con una imagen diferente y mejorada.
Precisamente una de las novedades de esta reforma es que, tras la misma, buena parte de las habitaciones del hotel quedaron dedicadas a personajes relevantes que en algún momento de la historia del establecimiento pasaron por allí.
Sus fachadas, a pesar de mantener la misma estructura, quedaron embellecidas con un nuevo color, con nueva iluminación, así como con pequeños toldos y decoración vegetal en cada uno de sus balcones.
Es así cómo en el año 2007 La Perla –reconvertido en “Gran Hotel La Perla”- inició una nueva etapa como establecimiento hotelero de lujo, con la máxima categoría.